Mercedes Gómez Rubio ha ido con la parroquia Ntra. Sra. de la Merced a la JMJ Cracovia 2016. Ella quiere contar a todo Madrid su testimonio de la JMJ Cracovia. ¡Es impresionante!
Todos hemos tenido algún punto de inflexión en nuestras vidas, un momento en el que nos empezamos a dar cuenta de las cosas, y comenzamos a reflexionar sobre lo que realmente queremos para nuestro futuro. Pues bien, el mío ha sido el viaje a la JMJ el que me ha cambiado la vida.
Yo no hubiera apostado nada por esta experiencia, pensaba que iba a ser un viaje como otro cualquiera, pero no fue así. Al principio cuando me plantearon mis catequistas y mis amigos de la parroquia la idea de acudir a esta jornada mundial estaba encantada, ilusionadísima ya que iba a poder compartir 18 días con mogollón de jóvenes, de distintas partes del mundo, todos con el mismo objetivo, encontrarnos con Jesucristo, además con lo que me gusta a mí el follón, como me iba a perder tal acontecimiento... Sería tonta si lo hiciese. Fue un sentimiento que a medida que se iba acercando la fecha de partida se iba apagando y cada vez se me iba entristeciendo más la idea de realizar esta peregrinación.
A mediados de Junio me llamó el sacerdote encargado del grupo que con el que íbamos, y me comentó que la organización con la que viajábamos necesitaba voluntarios para poder desempeñar distintas actividades, ya fuese coordinar, repartir comidas o echar un cable en cualquier momento, así que sin pensármelo le dije que por supuesto contasen conmigo. Más tarde, me enteré de que no iba a ir sola, sino con dos de mis mejores amigas, ya la motivación y las expectativas iban creciendo cada vez más. De esta forma empezamos a formar parte del grupo de whatsapp que tenían los voluntarios en aquel momento, habíamos pasado a ser uno más entre ellos.
El único handicap, que nos echó para atrás fue que éramos las más pequeñas, cosa que nos llevó a pensar que estaríamos "apartadas", que no contarían con nosotras y mucho menos que vieran en nosotras el papel de "responsables". Pero para nada fue así, todas estas barreras se vinieron abajo, cuando acudimos a la reunión organizada días antes de emprender hacia Cracovia. Nos sentimos súper acogidas y bien recibidas, de hecho salimos del encuentro con la alegría de haber ido, de haber conocido a gente tan buena y atenta, y de poder realizar juntos este viaje. Se acercaba ya el día, los nervios de irme y el agobio de tener todo listo eran cada vez mayores.
El último día, cerrando ya las maletas, de repente empecé a llorar, pero a llorar como una magdalena, no me quería ir, me sentía indefensa, por que... cómo iba a estar 18 días sin ducharme, sin dormir en mi cama, sin comer la comida de mi casa, sin estar con mis padres... que me iba a ir dos semanas fuera de mi país a sitios totalmente desconocidos con gente que no conocía y encima sin hablar los idiomas, yo pensaba... que locura! Sentía que no iba a ser capaz y que por supuesto no aguantaría, este pensamiento se me venía a la cabeza una y otra vez, mis padres sorprendidos me miraban y me decían pero Mer... cómo es que estás llorando? Si llevas 3 años detrás de esta JMJ y ahora nos vienes con esas? Cierto es que llevaba bastante tiempo queriendo ir a esta jornada, ya que en la de Río no pude participar por edad. Me debieron ver tan sobrecogida que mi padre me llegó a decir "Mira Mer si no quieres ir, no vayas, no pasa nada, te quedas en casa con nosotros y listo, todo menos verte así". Así que para no comerme más el tarro cené temprano y acto seguido me fui a la cama a intentar dormir, o por lo menos a descansar, ya que lo otro iba a ser tarea complicada.
Llegó el gran día, me levanté, me puse mi correspondiente camiseta amarilla de stuff, macuto a hombros, mochila en mano y ale que comience la experiencia! Me llamó mucho la atención, que al llegar, esperando a que llegasen mis amigos, se me acercara uno de los sacerdotes voluntarios y me llamara por mi nombre! Parece una tontería, pero me ilusionó un montón, fue un gesto de cercanía, de decir, "a pesar de que no nos conocemos más que de una ocasión me acuerdo de tí y se cómo te llamas", no le había visto más que en la reunión previa que tuvimos y en la que estuvimos numerosos voluntarios, lo cual complicó todavía más la tarea de aprenderse los nombres! Y aún así se acordó. Así que nada, después de recibir la esperada bendición del Obispo, nos encaminamos cada uno hacia nuestros correspondientes autobuses, y aquí llegó el momento más difícil, el que más temía, la despedida.
Procuré no alargarla mucho, di un beso a mi madre y otro a mi padre y opté por subirme directamente al bus y empezar a darme cuenta de que esa sería mi "casa" y esas personas, aparte de mis amigos serían mis hermanos, los que iban a cuidar de mí y yo de ellos. Nos pusimos en marcha, y madre mía la cantidad de horas que pasamos metidos en el bus...! Pero entre risas, cantos, rezos y algún sueñecito os aseguro que se me pasó de lo más rápido.
Esos 18 días sirvieron para mucho, fueron muy intensos, visitamos numerosas ciudades entre ellas: Lourdes, donde tuve la fantástica oportunidad de acercarme al santísimo sacramento de la penitencia, ya que llevaba varios meses detrás de una buena confesión, pero por los motivos de siempre, falta de tiempo, pereza, vergüenza... Siempre lo dejaba de lado. Y mira por donde fue la primera vez que salí del confesionario y me sentí nueva, renovaba, con una carga menos.
En Lyon y en Tréveris me llamó la atención la alegría que se respiraba por las calles, y las misas tan especiales y tan profundas que tuvimos. Porque os voy a ser sincera, antes de irme a la JMJ yo iba a misa todos los domingos con mi familia, pero como costumbre, lo llevaba haciendo toda mi vida y ya era parte de mi rutina, pero era tan borrica, que no sabía valorar donde estaba, me distraía por cualquier cosa, no prestaba atención, me ponía a pensar en mis cosas y prácticamente no me enteraba de la misa a la media. Sin embargo una de las cosas que le agradezco al Señor de este viaje es que me abriera los ojos y me ayudara a concentrarme en cada una de las misas, de esta forma de todas y cada una de ellas pude sacar algo en concreto y las aproveché por completo.
De nuestra estancia en Frankfurt, me quedo con la generosidad de la familia que nos hospedó en aquel colegio, nos recibió hasta con platos de sandía! No nos lo podíamos creer, que contentos nos pusimos al ver aquellos trozos de sandía, nos supieron a gloria, porque cuando hay hambre... ya te pueden poner delante lo que más odias que te lo comes y encima lo agradeces.
En Breslavia, tuvimos la oportunidad de poder alojarnos en familias polacas, y que gran oportunidad! Nunca imaginaría la cercanía de estas personas, que sin conocerte y sin hablar tu propio idioma te abriesen de par en par las puertas de sus casas y te hiciesen sentir como en casa. Fueron unos días "en familia" que ya, bajo mi punto de vista nos hacían falta, fue un tiempo más de recogimiento y de más intimidad.
Y finalmente llegamos a Cracovia, nuestro objetivo. Allí pasamos prácticamente una semana, esos días si que fueron de puro nervio y emoción pero a la vez ajetreo, pues nos íbamos a encontrar con el Papa!! Esos días en Polonia os puedo garantizar que fueron de los mejores de mi vida, estaba completamente feliz, el vacío que sentía antes de iniciar esta peregrinación había desaparecido por completo, fue ahí donde me di cuenta de lo cerca que estaba del Señor, de cuanto nos quiere, tal es el punto, que entregó su vida por nosotros, aceptó y amó la cruz hasta al final, sólo para darte a ti y a mí la oportunidad de vivir. Porque a pesar de lo mucho que yo le pueda herir, fallar, traicionar, Él, va a ser la única persona que no se va a separar de mí, por mucho que le falle, siempre me va a ayudar, es un amor tan profundo y sincero el que sientes, que cuando lo experimentas no quieres nada más, tienes todo, eres feliz.
Uno de los muchos gestos que siempre recordaré de esta increíble experiencia fue la entrega a los demás, cada dolor, cada alegría, cada paso de mis compañeros, eran también los míos, porque no éramos chicos y chicas independientes sino una sola misma carne. Allí fue donde confirmé lo que tanto tiempo llevaba escuchando, eso de que cuando te entregas a los demás es cuando realmente estás amando de verdad, y recibes más cuando das que cuando recibes.
Pues bien finalizada lo que realmente fue la jornada mundial, pusimos rumbo a Turín, última parada antes de llegar a Madrid. Ya se veía cómo cada una de las personas con las que habías estrechado amistad y habías estado conviviendo esos días, ponían rumbo hacia sus hogares, todo se iba quedando vacío, destartalado, las calles habían dejado de estar colapsadas, no había apenas colas en los sitios, en general todo dejó de ser lo mismo.
Sin embargo la alegría y energía no la perdimos nunca, fue en la Plaza de San Juan de la Cruz, donde nos pudimos sentir un poco más cabizbajos puesto que ya todo había terminado y cada uno de nosotros se pondría en marcha a sus casas y continuaría con su vida cotidiana, pero con la paz y la satisfacción de haber dado todo. Al llegar a casa, me duché, cené una deliciosa cena que me prepararon con tanto cariño mis padres y me fui a la cama, a pesar del cansancio que podía llevar acumulado, no conseguía dormirme, recordaba todo lo que habíamos vivido en esos días, podría decir que echaba en falta algo, nuevamente, eché a llorar, sin embargo, las lágrimas que caían esta vez de mis ojos eran lágrimas de alegría, paz y sinceridad. Quería volver.
Puedo decir que este viaje ha cambiado mi vida, en cuanto a fe y en cuanto a persona. Me ha enseñado a vivir feliz, sabiendo que a todas horas tengo a mi lado una "persona" que me protege, que no me va a fallar nunca, que me ama incondicionalmente. Y... cómo voy yo a herirle, a darle la espalda? A partir de entonces, ahora me levanto temprano todos los días para ir a verle al sagrario, para acompañarle, para estar un rato juntos a través de la oración, por que sin Él no tengo fuerzas, no tengo alegría para vivir, mi vida es un sin sentido, en general sin Él no soy nada. Gracias Dios Mío por esta increíble y maravillosa Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia y Gracias por y cada una de las personas que he conocido y que has puesto en mi camino en estas dos semanas. Gracias de corazón Señor.